Las humedades por filtración, los rayos solares o el salitre aceleran el deterioro de las fachadas y otras superficies expuestas a la intemperie. La mejor forma de preservarlas es utilizar pinturas especial para exteriores, como las acrílicas, hidrófugas, elastoméricas o de resina de silicona.
En zonas con una alta insolación, se recomienda elegir pinturas resistentes a la acción del sol y el calor prolongados. Los efectos de la radiación solar en la pintura incluyen la pérdida de color y el agrietamiento de la superficie. Por inevitable que parezca este fenómeno natural, es posible minimizar sus daños con el uso de una pintura adecuada.
Otra amenaza de las fachadas y muros exteriores es la humedad, ya sea por condensación o por filtración. Ignorarlas tiene un alto precio en forma de hongos, malos olores y manchas indeseadas. En las regiones más húmedas y frías, es indispensable el uso de pinturas adaptadas a estas condiciones.
Para las fachadas tendentes a la humedad, debe adquirirse una pintura repelente al agua, con una notable transpirabilidad y elasticidad. Idealmente, la capa de pintura absorberá una cantidad mínima de humedad, para expulsarla de forma paulatina.
En viviendas y edificios próximos al mar, la salinidad es fuente de problemas para la integridad de paredes y otros elementos arquitectónicos. En el mercado se comercializan pinturas «antisalitre», diseñadas específicamente para proteger contra este mineral que tantos estragos causa en entornos costeros.
El paso del tiempo también actúa contra la pintura. Por excelente que sea su fórmula o la calidad asegurada por el fabricante, las pinturas son perecederas, y un síntoma claro es el caleo. Esta patología se define como un polvo fino que recubre la superficie pintada. Renovarla cada cinco o diez años es la única solución. Por otra parte, la suciedad acumulada y la presencia de moho y otros microorganismos conlleva no solo desperfectos estéticos, sino también un deterioro para la pintura, que debe limpiarse de manera periódica.