Cuando caminé por primera vez hacia el despacho de mi abogado penalista en Sanxenxo, sentía que el suelo se hundía bajo mis pies. Nunca había estado en una situación similar y la incertidumbre se instalaba en mi pecho como un peso que me costaba cargar. Fue abrir la puerta y encontrarme con esa mirada serena y esa voz firme, y supe que, al menos, no estaba solo frente a la tormenta.
No es fácil describir la sensación de tranquilidad que aporta saber que tienes a tu lado a alguien que conoce cada recoveco de la ley y que no temblará al defender tus derechos. Un abogado penalista en Sanxenxo no es solo un profesional que explica procesos legales; es quien toma tus miedos, los disecciona, y los convierte en un plan de acción realista, fundamentado en experiencia y conocimiento. Desde el principio entendió mi caso más allá del relato que yo era capaz de articular. Veía matices, detectaba grietas y oportunidades donde yo solo veía problemas y callejones sin salida.
La seguridad que transmite cuando te explica los pasos a seguir no proviene de la arrogancia, sino de la certeza que da el trabajo diario, la lectura constante y la pasión por la justicia. Me di cuenta de que un buen penalista no solo sabe de leyes, sabe de personas. Sabe cuándo tu silencio no es miedo, sino prudencia. Sabe cuándo insistir en un testimonio o cuándo apartarte de la presión para que pienses con claridad. Esa capacidad de escuchar sin interrumpir, de mirarte y leer tu angustia sin que tengas que describirla, es algo que no se aprende en un manual.
Cada visita al despacho se convertía en una sesión de claridad. Salía con nuevas perspectivas y con un listado mental de las pequeñas acciones que debían articularse para lograr el objetivo común: mi defensa. Su trabajo era minucioso, revisando cada informe, cada declaración, cada posible fisura en el procedimiento para construir un argumento que no dejase margen a la duda. Fue entonces cuando comprendí que un abogado penalista en Sanxenxo no solo te representa, te protege de la dureza de un sistema que puede arrollarte si no sabes navegarlo.
Sentir su apoyo me devolvía la calma necesaria para seguir con mi vida mientras el proceso avanzaba. Poder delegar esa responsabilidad en un profesional que vela por tus intereses con determinación es un alivio que no tiene precio. Porque, al final, no solo se trata de ganar un juicio o evitar una condena. Se trata de sentir que tus derechos son respetados y que tienes derecho a la defensa plena, con alguien que se implica en cuerpo y alma para que tu versión de los hechos sea escuchada.
Hoy, mirando atrás, me doy cuenta de que contar con su asesoramiento cambió el desenlace de mi caso, pero sobre todo cambió mi forma de ver la justicia. Saber que hay personas que creen en su trabajo como él cree en el suyo me devuelve la confianza en un sistema que tantas veces parece ajeno y frío. Por eso, cada vez que alguien me pregunta si recomiendo un buen abogado, no dudo en contar mi historia y en decir que un experto penalista es mucho más que un título, es la persona que estará a tu lado cuando más lo necesites.